sábado, 5 de diciembre de 2009

Fábula del burro y la marmota

Podía haber sido una tarde como otra cualquiera en el zoo, pero el sonido premonitorio de la trompa del elefante la convirtió en extraordinaria. Los animales acudieron a la plaza curiosos. El loro carraspeó insistentemente para conseguir silencio y de paso envolverse en interés. Después comenzó a leer una intrigante misiva:

“Orden de 22 de Diciembre de 2009 del Ministerio de Educación.
Para garantizar la igualdad de oportunidades en el mundo laboral y la integración de todos los seres con independencia de raza, sexo o religión, el Gobierno propone reducir el analfabetismo mediante la escolarización de animales en Centros Educativos Públicos.
Para lo cual dispone:
Todos los animales de hasta tres años de edad podrán cursar estudios de educación secundaria obligatoria.
Los inscritos completarán únicamente el último ciclo de la ESO; esto es, tercero y cuarto, y compartirán aula con los humanos.
Dicha normativa tendrá carácter voluntario y podrán acogerse a ella todos los vertebrados e invertebrados que lo deseen, sin perjuicio de aquellos que decidan no incorporarse al sistema educativo.”

Los animales comenzaron a opinar en corrillos. Por fin los humanos se daban cuenta del potencial que tenía la fauna.

- ¿Y por qué sólo dejan apuntarse a tercero y cuarto? – dijo la mosca.
- Porque tiene las ratios muy bajas y quieren llenar las aulas – respondió el búho.
- ¿Y cuánto pagan?
- Nada, mosca. No pagan por estudiar, salvo los padres – replicó el león.
- ¿Y cómo van a…? – continuó el alado insecto.
- ¡Cállate ya, díptero testicular! Eres más pesada que las moscas. – El perro tenía ciertamente un humor de perros.
- Bueno, va, ¿quién se anima? – dijo el león, que veía una buena oportunidad de promocionar el zoo sin soltar un duro.

El zorro, la hormiga, el elefante y el toro fueron los primeros en apuntarse. Su reputación les precedía. Luego se decidieron la morsa, la cigüeña, el cerdo, la mosca, el loro y el mono.
La tigresa y el pavo real lo hicieron a continuación recreándose en el paseíllo y mandando besos al respetable con falsa modestia.
Apareció entonces el grupo de la muerte: La víbora, el lobo, el tiburón, la serpiente, el buitre, la urraca, la rata, el lobo y el gusano. Sonó un profundo silencio. Atravesaron la plaza con desprecio hasta llegar a la mesa de inscripción. Se alistaron juntos, mientras la muchedumbre abucheaba con vehemencia.

- Yo también voy – argumentó la oveja mientras estampaba su pata en la solicitud.
- Ala, se apuntan los siniestros y vas tú detrás como los borregos – añadió el loro.
- Este pajarraco está siempre al loro- apuntó el mono a modo de chiste.

Cuando se acercaron el pez, el burro, la tortuga, el besugo y el ganso para rellenar sus instancias, se oyó una carcajada generalizada, contagiosa y cruel. Cuatro de ellos aguantaron la burla con estoicismo, pero el asno miró a la fauna con fingida dignidad y luego se hundió en su propia miseria. Pese a que sus amigos quisieron detenerle, se marchó con las orejas gachas y una expresión de profunda tristeza sin ni siquiera poner la pezuña en el papel. Al resto no pareció importarle.
Siguieron llegando alumnos: el pulpo, el amigo calamar, la escultural vaca, la grácil ballena, la sílfide foca, y la cabra.

- ¿Y por qué no se apuntan el búho y el león, por aquello de ser el más sabio y el rey, respectivamente? – era la vaca la que inquiría.
- Somos mayores de tres años- respondió el ave con mesura.

Por fin llegaron el oso y la marmota con su habitual premura. Eran los últimos.

A la mañana siguiente la marmota fue a convencer al burro de que debía estudiar. Al parecer había un programa de estudios para alumnos con dificultades de aprendizaje. En caso de suspender, los podrían meter a ese programa de diversificación. De hecho, la marmota quería entrar ahí directamente sin dar un palo al agua. Pese a la insistencia del roedor, el mulo no se apeó del burro.

Aquella tarde el búho recibió una visita intempestiva: El burro quería consejo.
- ¿Debo hacer caso a la voz del zoológico y quedarme en mi establo o debo perseguir mi sueño de rebuznar en una clase?- preguntó sin rodeos.
El viejo búho le miró con ternura y le dijo:
- Jo, macho, pareces Hamlet. Si de veras quieres estudiar poco importa tu inteligencia o tus aptitudes. Conseguirás lo que te propongas si te esfuerzas.

El burro sonrió con decisión y se marchó con el sol. Rellenó la inscripción en completa soledad. Tenía tanta fe que podría haber llevado a todos los animales en su grupa sin despeinarse.
Cuando apareció a la mañana siguiente en la parada del autobús escolar, todos lo contemplaron con respeto y asombro. Nadie soltó una sola carcajada.
Los nuevos estudiantes partieron con una cartera llena de libros de gratuidad y sueños dispares. Los mayores los despidieron con vítores de héroes y cierta condescendencia paternalista. El león y el búho se miraron con preocupación, preguntándose si tanta ilusión no traería sino rotundas calabazas.

- Crees que alguno titulará? – inquirió el rey felino.
- El zorro, el elefante y poco más- replicó el búho.
- Pues estamos aviados. Adiós a la subvención para reformar el estanque de los patos.
- Tampoco te ibas a gastar el dinero en eso, pelón- apostilló el lechuzo.
- Es verdad. Pensaba rediseñar mi casa. Parece una leonera.
- Algún día te cogerán, Leo. – El búho siempre lo sabía todo.


Octubre tostó las hojas de las hayas, sauces y chopos. Noviembre los desnudó y Diciembre los revistió de blancos oropeles. Abril les devolvió el verde esplendor de antaño. Mayo los emperifolló de vivos colores y suaves texturas. El curso, ya crecidito, comenzó a agonizar y murió irreversiblemente, una vez más, a mediados de Junio. Los peques del zoo volvieron con las preciadas calificaciones y gordos interrogantes adornando sus peludas frentes. Los primeros en llegar no abanderaban halagüeños resultados.

- ¿Cómo ha ido, cerdo asqueroso? – tanteó el rey.
- Mal. Me han caído siete.
- ¿Pero qué has estado haciendo todo el curso? – añadió el preocupado búho.
- Marranear con los alimentos. Pero estudiar, nada de nada – explicó el marrano. - Por cierto, la ballena, la foca y la vaca se han atiborrado de chucherías y comida basura durante meses. Las tres se han puesto tan gordas en Semana Santa que las han internado en una clínica de adelgazamiento. El mono tampoco promociona, pues se ha pegado todo el tiempo haciendo payasadas.
- Yo empecé con mucha fuerza, pero sin control – se sinceró el toro.
- Más vale maña que fuerza – dijo el zorro. - Yo en cambio he sacado un nueve de media.
- Y yo un siete – agregó la trabajadora hormiga.

Se oyeron jubilosos gritos de rabia y orgullo animal, que sin embargo parecían excesivos a tenor de los pobres resultados. El lobo y el tiburón habían sido expulsados por bullying. La oveja repetía por su falta de personalidad; la urraca por codiciosa; el buitre por egoísta; la mosca por pesada; el pulpo por sobón; el oso por dormilón; la rata por rácana; la víbora por mala; la serpiente por rastrera; el gusano por infame.
El loro suspendió por su afición a hablar mucho y escuchar poco. El amigo calamar tampoco pasaba. El elefante fracasó pese a su excelente cabeza, pues no entendía absolutamente nada de lo que memorizaba. El león empezaba a sudar con preocupación.
La tigresa suspendía pues se había pegado los nueve meses ligando con jovencitos, más o menos como el pavo real con las chicas. La cabra había sido enviada al manicomio. La morsa había perdido el derecho a la evaluación tras miles de sesiones en el dentista. La cigüeña quedó embarazada y se marchó a Francia a abortar. Al final decidió tenerlo allí. Cuando volvió con su vástago dio lugar a habladurías y leyendas varias. Incluso se generalizó el chascarrillo de que los niños los traía la cigüeña de París.
La marmota ejecutó a la perfección el fraudulento plan que había pergeñado: no hacer nada y fingir incapacidad de memorizar o aprender para suspender y ser enviada a diversificación. Su plan se cumplió hasta cierto punto: no promocionó; sin embargo, nunca fue propuesta para díver. Quienes sí obtuvieron plaza allí fueron los amigos del burro: El pez lo olvidaba todo a los tres segundos, la tortuga era muy lenta, el ganso muy torpe y el besugo muy simple.
El león estaba avergonzado: Tan sólo dos animalitos promocionaban a cuarto. Una vergüenza. Y la subvención al garete. Al menos hacían falta tres aprobados para cumplir los mínimos.
Entonces apareció el burro. Tenía la mirada fija en su rey. Lo contempló con seguridad y sacó sus notas. Había aprobado todo con cincos y seises. Las observaciones de los profesores no tenían desperdicio: “Estudia como un burro. Ha aprobado por su gran esfuerzo. Llegará lejos si sigue así. Tiene mucho pundonor. Es muy perseverante. Le cuesta mucho pero se sacrifica más que ninguno.”
Los animales se emocionaron y rompieron a llorar y aplaudir a su nuevo héroe. La atención que antes acapararan el zorro y la hormiga pasó al burro. Y desde aquel día todos los compadres del zoo miraron al asno con otros ojos.

Epílogo
Un año más tarde, el burro obtuvo el Título de Graduado en Eso con una media de seis y excelentes valoraciones de sus docentes. También titularon el zorro y la hormiga. Todos los alumnos que volvieron al instituto a repetir tercero pasaron a cuarto, bien por imperativo legal, como el pavo real y la tigresa, bien por méritos propios, como el elefante, el calamar o el pez (este por diversificación curricular).
El búho se retiró a una residencia de aves llamada “El ala rota”. El león tiró su leonera de arriba abajo y la reconstruyó como si fuera un chalet ibicenco. Nunca se supo de dónde sacó el dinero para semejante chapuza…

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