miércoles, 11 de abril de 2012

La noche más oscura, de Ana Alcolea


La novela se ubica en un lugar exótico, un faro rojo en el mar frente a la costa noruega al que sólo se puede llegar en barca y si la climatología lo permite. Esos parámetros más el título de la historia presagian una historia de terror clásica, con refugios aislados y solitarios y difícil acceso.
Sin embargo, los hechos que se describen pertenecen principalmente a un pasado histórico. La acción reservada a los protagonistas es costumbrista y de género romántico. Ana Alcolea juega con los sentimientos de los personajes proporcionándoles un contexto familiar adecuado –Mercedes no tiene pareja, y Lars es viudo, y los chicos también están “disponibles”–, un emplazamiento de cruda belleza, naturaleza desatada y poca tecnología, y unas limitaciones cronológicas importantes, pues todo lo que deba pasar deberá ocurrir en diez días. En ese tiempo, Mercedes tendrá tiempo de desconectar y de sentirse atraída por el único hombre a su alcance en toda la novela, aunque no llegan a cerrar su romance. De hecho, apenas lo abren. Valeria, en cambio, sí llega a consolidar su aventura con William, algo que parece cantado desde el comienzo de la historia. La joven china, además, tendrá tiempo de autopsicoanalizarse, pintar paisajes, probar la carne de alce y conocer en sucesivos sueños al abuelo de William o a su fantasma. Es esta relación onírica o espiritual la que abre la puerta al pasado, al año 1941 y al drama de los prisioneros rusos obligados a construir un aeropuerto para ayudar forzosamente a los nazis en su guerra europea. El frío, la crudeza de la misión, la desesperación, el cansancio de los soldados rusos se ven refrendados por el día en los indicios de aquella porción de guerra librada en tierras noruegas: el almacén lleno de fotos de los nazis y los reos, la cabaña del lago, el faro y su componente estratégico, los documentos de fallecimientos, y finalmente la radio enmusgada entre las rocas de los islotes. Por si fuera poco, y para sumar nuevos argumentos a las historias cruzadas del amargo pasado y la romántica actualidad, Mercedes se está leyendo una historia de prisioneros en la II Guerra Mundial. Así justifica Ana Alcolea unos primeros episodios que se alternan entre las vacaciones de Valeria y Mercedes en el faro y el drama de Dubrowski y Pawlov en el frío de la cautividad, el abuso y el dolor. Tendrá que venir Erlend Nilsen para impartir orden en semejante caos argumental. La autora conecta con brillantez así ambas tramas, aunque deja los episodios iniciales ocurrir sin soporte narratorio, un artificio de ejecución muy plástica.
En la guerra la trama es bastante ágil. Se pueden sentir las duras condiciones de vida para los prisioneros, el narcisismo del que se cree vencedor, el frío de trabajar al aire, la desesperación de saberse muertos en cuanto ya no puedan seguir trabajando, la oscuridad eterna en una cárcel sin comodidades ni plazos de indulto más allá de los que proporciona la propia muerte. Y sin embargo, todavía vemos posturas heroicas: el héroe de sentimientos encontrados que sabe que debe sobrevivir para proporcionar valiosa información a los aliados, que paradójicamente necesita de la muerte de sus compañeros para escapar; el niño Erlend que arriesga su vida por colaborar a una causa justa; el doctor y los familiares de Erlend que se la juegan construyendo una radio y pasando información; los soldados comidos por el frío helador que intentar criogenizar la muerte. La tensión se masca en cada página y el ritmo contribuye a mantenerla, hasta el punto que a menudo uno tiene la tentación de saltarse los capítulos de Valeria y los suyos para continuar con la historia del pasado.
En cuanto a las vacaciones de Mercedes y Valeria, los diez días casi se reproducen literalmente. No en vano cada día sucede al anterior y cada noche, en lugar de dormir, la joven china avanza en su rompecabezas con la ayuda de sus reveladores sueños. El ritmo es ahora mucho más pausado, introspectivo y costumbrista, hasta el punto que tal vez la novela no podría sostenerse por sí misma sólo con esta parte, o de hacerlo, estaría destinada a un público más adulto. Sin embargo, la falta de acción de la que adolece se ve compensada con el retrato exhaustivo de sus personajes, sus miedos y deseos, y con sus variaciones de ánimo según el curso de los acontecimientos. La escritora enriquece además la historia principal con pequeños detalles de otras heridas mal cerradas, como los recuerdos de infancia de Valeria, la angustia de Mercedes ante el acecho de la madre biológica en la memoria de la joven, sus propias inseguridades como madre soltera y adoptiva, el dolor por la muerte de su esposa en Lars, los sentimientos que florecen en William… Al final, muchos de esos cabos se atan con lógica, y otros quedan colgando de la novela para la posteridad. No se puede arreglar la vida de cuatro personas en 270 páginas. El final, además, deja abierto varios frentes: ¿Continuarán Valeria y William su historia a distancia? ¿Y Mercedes y Lars? ¿Se trasladarán a España? ¿O se mudarán ellas al faro que les guía? ¿Y qué fue realmente de Nicolaj Dubrowski tras huir en el submarino?
En cuanto a los personajes, Valeria es la protagonista principal y se nota. Casi todas las reflexiones, sueños y sensaciones pasan por su cabeza, su piel o sus labios. Interactúa con casi todos los demás personajes, estén vivos o no, y completa la historia con la ayuda de Erlend. Resulta curioso que el fantasma la elija a ella. Probablemente la muchacha tenga una sensibilidad especial para lo sobrenatural. Valeria es espontánea, desenfadada, pasional, sensible y educada.
Mercedes representa la maternidad por encima de todo. Vive su vida pero siempre en relación a su hija, a la que adora, educa y trata en ocasiones como amiga. Sus temores son a veces gigantescos y arrastran los sempiternos miedos de la educación de los vástagos, agudizados aquí por el agravante de monoparentalidad adoptiva. Casi siempre se muestra cariñosa y comprensiva, pero se muestra inflexible con la parte irracional de su hija, rechazando fantasías, erradicando fobias o castigando comportamientos ilógicos. Aquí falla o exagera por su propio miedo e inseguridad como madre y transmite esa rigidez a su hija.
Los personajes de William y Lars están menos matizados. El chico parece simpático, apasionado y sociable. El padre mantiene su encanto pero todavía arrastra la pérdida de su esposa. En cuanto a Erlend, se muestra paciente, cariñoso, cercano y sensato, aunque la familiaridad con Valeria le hace más impulsivo y natural.

Dubrowski es un soldado responsable, realista, sufrido y valiente. Pese a la desesperanza que le abate es capaz de luchar no por su vida, sino por la causa. Su valor queda constatado por su determinación de contactar con los suyos y ayudar. Pawlov es más enérgico, pasional e inexperto. Ana Alcolea tampoco traza más rasgos en el carácter del soldado.
El lenguaje utilizado es llano y accesible. Las descripciones son livianas y tienden más al retrato de personajes que al dibujo de paisajes. Con todo, la autora sabe pintar escenas con belleza. Los diálogos son frescos y coloquiales, no exentos de detalles cotidianos. La narración es en tercera persona, con abundantes datos sobre los estados de ánimo de los personajes, sobre todo de Valeria y Mercedes. Lo que se piensa es mucho más importante en la obra que lo que se dice.
Los capítulos son breves, de fácil lectura, y alternan los episodios actuales con los ocurridos durante la guerra, manteniendo así el suspense. Los sueños de Valeria con Erlend Nilsen conectan ambas realidades. En general, prima lo cotidiano en la actualidad frente a la narración de hechos en la guerra. El final del libro aboca a todas las partes a un mismo desenlace: el final del romance, del casi romance y de la pesadilla de Dubrowski. Todo llega al mismo tiempo que Erlend el fantasma se despide de Valeria y ésta comprende su vertiente onírica –el sueño con su madre y la hidrofobia. El conjunto es de una gran cohesión, aunque a veces parezca recrearse en exceso en lo pequeño e insustancial. Le da empaque a la novela, pero ralentiza el ritmo. Con todo, un ejercicio de literatura con mayúsculas. ¿Para cuando una segunda parte en el pueblo viejo de Belchite con William soñando con Manuel Azaña o Francisco Franco?

5 comentarios:

  1. Muchísimas gracias por esta reseña y por todo el trabajo. Lo de Belchite es todo un reto... Lo pensaré. Ana A.

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  2. Muchas gracias, Ana, pero ya no eres "Unknown". Nos conocimos el día 23. Por cierto, un placer.

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  3. Yo me e leido este libro y está muy bien felicidades

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  4. Este libro no me gusta muchas paginas

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    1. que sea largo o porque tenga paginas de sobra no significa que sea malo ni mucho menos. "No juzgues un libro solo por su portada". Que un libro sea bueno o malo, no depende de las paginas que tenga o deje de tener. Dejate de excusas, haz algo por tu vida, y leetelo. Es muy bueno. felicidades Ana Alcolea.

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