miércoles, 5 de diciembre de 2012

¿Conoces a la gente?

Si bien es cierto que dichos principios parecen variables según quién los formule, hay algunos que se repiten en (casi) todos los casos. Por ejemplo, “mi hijo no”, “yo no ronco”, “el mando no necesita pilas, es el ángulo”, “Cesc no puede jugar en la banda”, “inglés nivel medio”, “Manolo y yo, uña y carne”, o como oí hace poco –perdónenme la expresión soez–, “Manolo y yo, culo y mierda”. Cualquiera que se precie de afortunado presume de tener en la vida cinco o seis axiomas impepinables, de esos pilares que nunca se van a resquebrajar de sólidos y robustos que parecen. Y efectivamente raramente se rajan. Suelen desplomarse de una pieza y haciendo muchísimo ruido.
Cada uno de estos aforismos necesitarían una entrada para sí mismos, pero tales digresiones se las solicitan a los heraldos de la Navidad. Yo me quedo con la exaltación de la amistad.
A la gente hay que conocerla de buenas y de malas. En este país vomitamos vodka con kiwi junto al primo de la novia que nos acaban de presentar y ya somos colegas forever. Si acabamos juntos en el karaoke o cruzando los chorros al mear en el garaje la historia ya es de mejores amigos. No hay nada de lo que la gente presuma más peregrinamente que de conocer a los demás y de tener con ellos una amistad insuperable, irrompible, insondable. Como norma, que no siempre, cuando más alardea uno de confianza con alguien menos sólido es el vínculo. Porque reírse con otro pavo madrugada tras noche, de borrachera en potada es lo más fácil del mundo. Yo amigos así tengo mil (si saliera a beber, claro). Conocer a alguien en su salsa no tiene dificultad.
Pero, ay, pequeño, qué poco nos cuadran las cosas cuando vienen mal dadas. De malas ya es más jodido encontrar amigos del alma. Qué poco nos gusta aguantar al vecino cuando estamos lejos de nuestro entorno, cuando las risas son broncas y los abrazos puñetazos. Entonces se nos cae la venda, o se le cae al otro, y ya no somos todos tan maravillosos.
Suele pasar que, llegados a este punto, uno prefiera al cabrón de cara que al amigo de espaldas, porque aquel que tan mal nos entró no cambia tanto, o nada, cuando la cosa se pone fea. El bueno, en cambio, está irreconocible. Si vienen los romanos te negará tres veces; si se hunde el barco le cederás tu bote y ni te dará las gracias; si te enojas con él todas sus sonrisas se tornarán odio. A las duras no todos son tan majos. La pregunta es: cuando viene la de cal y tu mejor aliado es tu enemigo… ¿se ha vuelto un cabrón con pintas o te lo has vuelto tú?

4 comentarios:

  1. Quién no ha conocido gente así.

    Buena reflexión Dry.

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  2. Atención, pregunta: ¿conoces a la gente? Respuesta: no. Quiénes son la gente: ¿la especie humana?, ¿el círculo laboral, vecinal, familiar, con el que te relacionas?, ¿quienes aparecen en los medios de comunicación?, ¿los de aquí?, ¿los de allá?, ¿los nativos?, ¿los inmigrados?
    Quién es la gente. Me temo que la sociología de baratillo que aplicamos durante nuestra corta vida se compone de latiguillos, lugares comunes y creencias en que conocemos a la gente. ¿A qué gente? Bonito arcano para pensar.

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  3. En mi modesta opinión, lo importante no estriba tanto en lo que te aporten esas posibles "amistades", sino sentir que puedes estar con ellos en los momentos peores. Para los buenos ya tendrán gente... y tú también.
    Muy buena entrada!
    Saludos!

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  4. Tal vez en el fondo sea más importante conocernos a nosotros mismos y desde ese punto, tener gente con la que poder reír y gente con la que poder llorar...Buena entrada.
    Un abrazo

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