martes, 1 de enero de 2013

Xmas Wars (2/2)

El speech del dorado fue incontestable. Papá Noel permanecía visiblemente afectado, con el gesto abatido y la mirada derrotada. Gaspar miraba al suelo con una expresión de vergüenza extrema y culpabilidad. Baltasar sudaba profusamente y sus fuertes manos parecían incapaces de solucionar el desastre. Se sentía como un juguete roto. El momento se detuvo, y las cuatro auras se extinguieron, quedando sólo los hombres. Habían perdido su magia navideña. Ya sólo eran cuatro ancianos vestidos ridículamente. Alzaron los ojos y afrontaron en sus miradas el reproche ajeno y el propio. Eran unos idiotas. Tenían que pensar más en los niños y menos en sí mismos. Los cuatro se sonrieron con aceptación. Por fin habían entendido el espíritu de la Navidad. El resplandor empezó a brillar levemente envolviéndolos.
Entonces el cristal del salón saltó en mil pedazos y una pata de camello amaneció de la nada. Llevaba una bolsita con sustancia blanca en la pezuña. Los cuatro se asomaron a la ventana y vieron a los camellos escondiendo droga mientras los renos se peleaban con ellos para sacarla a la luz. Combatían con un odio exacerbado.

–Dale, Rudolph –arengó Santa.
–Con la joroba, empújale con la joroba, Quasimodo –animó a su vez Melchor.
–Sólo hay una manera de arreglarlo –expresó Gaspar poniéndose muy serio–. Tenemos que recurrir a la magia.
–Os vais a cagar pues, mugrosos –amenazó Noel.

La habitación se llenó de luces brillantes y destellos azules, rojos, dorados y verdes. Todos comenzaron con ataques menores.
–“Mirra quién bailaaaaa” –lanzó Baltasar mientras virutas de resina llameantes rodeaban al señor orondo y le hacían danzar para no quemarse.
–“En estas Navidades, turrón de chocolate, en estas Navidades, turrón de Suchard” –contraatacó el de rojo mientras ladrillos de turrón dorado creaban un parapeto que repelía los ataques.
–¡Qué defensa tan buena! –exclamó Gaspar–. “¡Incienso en ti!” –Y un pesado botafumeiro suspendido del cielo cayó como una bola de demolición sobre el muro de turrón. El aroma a incienso que desprendía pronto ahogaba a Santa, que tuvo que volver a atacar.
–“Let it snow, let it snow, let it snow” –y una nevada tremenda avalanchó a los de Oriente y los sepultó de frío.
–“¡Tarjeta Visa Oro!” –bramó Melchor con virulencia, y una lluvia de símbolos del dólar dorados golpearon dramáticamente al barrigón.

La cosa se ponía muy fea para el anglosajón. Sus tres oponentes eran demasiado poderosos. Necesitaba ayuda divina. Sacó una campana de oro del bolsillo y la aporreó con urgencia dos veces. Una ráfaga de viento entró rauda por la ventana rota por el camello traficante. Tras el aire vino una boina gigantesca que reventó lo que quedaba de cristal. Un ser robusto, vestido de negro rústico y con mirada de bruto irrumpió en el salón. Simultáneamente, una explosión de azufre blanco presagiaba, tras la densa humareda, la aparición de otro superhéroe de la Navidad, éste de marcado carácter religioso, dado sus hábitos sacerdotales, el báculo sagrado y la mitra roja. Ante los reyes de Oriente y Papá Noel se erigían el Olentzero y San Nicolás dispuestos a nivelar la balanza.

–No vale, no vale –expresó Baltasar negro de rabia–. Éstos no son ni ingleses ni americanos. No me doy, no me doy.
–Da igual, moreno –dijo Santa con soberbia–. Ellos me apoyan porque también creen en la Nochebuena para entregar los regalos. Te jodes.
–¡Qué mal hablado eres¡ –opinó Gaspar con un gesto de desaprobación.

No dijeron más. Se limitaron a pulsar fuerzas, contrarrestar rayos, esquivar ataques, sufrir energías y encajar disparos de luz. El lugar semejaba una bacanal de fuegos artificiales, y nada parecía desequilibrar los bandos. La única manera de acabar con aquello sería utilizando el ataque secreto navideño. Todos los superhéroes de la Navidad tenían uno, pero no debían utilizarlo porque eran armas muy poderosas. En esta ocasión, la situación lo requería. Estaba en juego la supremacía de los regalos de Navidad. Los que ganasen se llevarían la fecha para siempre, y los perdedores serían desterrados y, con el paso del tiempo, debidamente olvidados. Los seis personajes se detuvieron en el tiempo. Aumentaron su cosmos navideño hasta que fueron engullidos por un aura de fulgor negro, rojo, blanco, oro, verde o azul, según el caso. Y entonces se desató el infierno de la Navidad. Atacaron todos a la vez.

–¡Ho, ho, ho! –dijo Papá Noel mientras de su boca surgían rugientes bolas de fuego rojo.
–¡Estrella de Navidad! –cantó Melchor mientras un resplandor dorado cegaba a sus adversarios.
–¡Morry Crismas! –lanzó San Nicolás y de su báculo salieron certeros rayos de plasma.
–¡Roscón de Reyes! –dijo Gaspar ondeando los brazos. Del giro de ambos miembros surgían lazos de roscón que aprisionaban a los enemigos.
–¡Zorionak! –gritó el Olentzero volteando su saco por encima de su cabeza. Trozos de carbón mágico impactaban una y otra vez sobre los de Oriente.
¡Bombón de Chocolate Negro! –concluyó Baltasar y una lluvia de pelotas de cacao fundido e hirviendo cayó sobre los de la Nochebuena.

El impacto múltiple fue tremendo. Los seis acabaron enchocolatados, chamuscados, quemados a láser, magullados, enrosconados y con los ojos echando chiribitas. Desde una esquina de la habitación, agarrado incrédulo al sofá permanecía Ibón Zarzides. Tenía los ojos ahogados en amargas lágrimas, los labios en semitensión, los puños cerrados de rabia. Le temblaba todo el cuerpo y sólo tenía ganas de gritar de desesperación. Siempre había creído en la mayoría de aquellos seres. Ahora tenía la certeza de que existían y eran mucho más fallidos que cualquier humano conocido. Eran lamentables, infantiles, egocéntricos y muy competitivos. Ibón no había pasado tanta vergüenza desde que su padre vino a verle jugar a fútbol y se enganchó con la madre del portero rival en una sonrojante lluvia de insultos recíprocos.

Los seis se quedaron mudos. No tenían palabras. Permanecieron ahí parados con las cabezas gachas esperando y deseando que se les tragase la tierra. Pero uno no debe desear cosas malas si tiene poderes mágicos, porque efectivamente el suelo se abrió con un chirriar ensordecedor y furibundas llamas los acogieron. Cayeron casi al instante gritando como cuando uno desciende por un precipicio sin final. Ibón tenía los ojos abiertos como platos. No se creía lo que estaba viendo. Oyó chillar a los animales en el exterior. Se asomó a tiempo para contemplar camellos y renos ser engullidos por otra zanja del averno similar. Ambas fracturas del terreno se cerraron sin dejar rastro. Nada indicaba que por allí hubieran desfilado santos, reyes, carboneros, magos o ancianos orondos.

Ibón se fue a dormir pensando que hacía rato que soñaba en la cama. Su pesar, sin embargo, era inmenso. Los seres más maravillosos del mundo eran un  fraude. No había esperanza para el género humano. Lloró hasta que no le quedó una gota de agua en el cuerpo.

La mañana siguiente fue una especie de dulce despertar. Cuando uno viene de una noche de infierno sólo puede llegar la calma tras la tormenta. Bajó las escaleras para tomarse un trago de leche. Apenas eran las ocho y cuarto. En el salón oyó a sus padres susurrando. Él les llamó y éstos intentaron ocultar lo que tenían entre manos. Ibón no estaba para tontadas y corrió hacia lo escondido. Era un paquete a medio envolver, pero la caja era muy familiar y a la vez muy deseada por el pequeño Ibón. Ante él se encontraba la mítica Dantorian Nexus Complex sumergible. El salto del pequeño fue monumental. Chilló y brincó como un cachorro en el agua, y la felicidad no le dejaba articular palabra. Cuando pudo relajarse y jugar con la Dantorian y abrazar mil veces a sus padres lo comprendió todo. Los Reyes, Papá Noel, el Olentzero no existían. Eran cuentos que inventaban los padres para no llevarse la gloria de los regalos. Los papás eran demasiado humildes y generosos para apuntarse el tanto. Lo de la noche pasada fue, sin duda, una pesadilla.
Ibón pasó el resto de las Navidades de su vida queriendo más y más a sus padres. Lo que nunca comprendió fue cómo diablos se rompió el cristal del salón aquella noche indefinida. ¿Tal vez papá y mamá metieron el regalo por ahí?

6 comentarios:

  1. Bonito relato Dry con su buena dosis de critica. Ya esta bien que esos seres de la historia, de la mitología se lleven los honores, cuando en realidad los padres son los que hacen milagros para poder comprar los juguetes. Esos si que son Olentzeros y Baltasares.

    Feliz Año Dry, si haces de Rey, ten cuidado con los cristales. :)

    ResponderEliminar
  2. Me he leído de golpe la primera parte y la segunda, me he reído lo impronunciable...¡ES BRILLANTE!, en serio...deberían hacer un corto de este relato, lo tiene todo!
    Pocas veces tengo el placer de leer genialidades así, tu ingenio no tiene límites amigo. De verdad, me has dejado sin palabras.
    Y el final, después de tantas carcajadas, ha sido realmente tierno :)
    Con tu permiso lo atesoro...porque eso es lo que es: un TESORO :)
    Espeo que se rompan todas las ventanas de tu salón esta noche de Reyes, o cualquier otra...porque has sido bueno, MUY BUENO ;)
    Un abrazo inmenso!!!

    ResponderEliminar
  3. Menudo panzón de reirme!! Y qué final tan dulce.

    ResponderEliminar
  4. Casi teníamos que haber escrito un cuento con el despido improcedente de la mula y el buey, pero con la que está cayendo más parados no, por favor.

    Feliz Año

    ResponderEliminar
  5. :-) un bonito final para este cuento de Navidad.

    La batalla ha sido mítica, mejor que las de Dragon Ball o las del Señor de los anillos juntas.

    Me dejaste con la sonrisa en la cara, dicen que hay que reinventar y tú lo has hecho en dos partes. Enhorabuena.

    ¡Abrazos!

    ResponderEliminar
  6. Susana Sotomayor carrillo16 de diciembre de 2020, 8:52

    Hola cómo

    ResponderEliminar