miércoles, 1 de mayo de 2013

Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas (3/3)

La mala
Milady Clarick, condesa de Winter, antes condesa de la Fere, aparece de manera circunstancial y misteriosa al principio, pero poco a poco se van desgranando sus actividades, conexiones con el cardenal y biografía básica. El lector va asociando su pasado al de Athos, y hacia el final del libro la intrigante espía se convierte en protagonista absoluta. Primero intenta vengarse de D’Artagnan sin suerte, luego es interceptada, anulada y encarcelada por su cuñado, el conde de Winter, excusa que utiliza Dumas para hacer in situ un tratado de manipulación y lavado de cerebro, porque Milady embruja a su puritano carcelero, Fenton, y consigue que la deje en libertad primero y asesine al duque de Buckingham después, mientras ella vuelve a Francia a ajustar cuentas con el gascón y su querida.
Milady es uno de los arquetipos máximos de mujer fatal, bella a rabiar, falsa y manipuladora, oscura y extremadamente inteligente, de esas personas que cuanto más sonríen más debes temer. Su perfidia y excelencia en dañar es tan grande que D’Artagnan acaba cogiéndole auténtico pánico y soñará pesadillas con ella, como si la demoníaca joven pudiera también infligir dolor a través de los pensamientos dormidos. Menos mal que el imperturbable Athos surgirá de su resquemor para impartir justicia y salvar a su amigo de una muerte tan segura como cruel.
La ejecución de Milady es un ejercicio de abuso de poder. Como ella misma dice, hacen falta diez hombres –los mosqueteros y sus criados, el verdugo y Lord de Winter–, todos ellos agraviados por la maléfica arpía, para decapitar todos sus planes de venganza. Antes de eso se la juzga y condena, pero son ellos mismos los que acusan y emiten veredicto. Para ser una novela de aventuras, de capa y espada con aderezo de intrigas palaciegas y algunos romances, el fin de la mala oficial no deja de ser muy poco honorable, a sangre fría y con un tono lúgubre a más no poder.

Los secundarios
El resto de personajes son más o menos gregarios, como el pobre Fenton, víctima absoluta de las maquinaciones de la condesa, o Buckingham, igualmente destruido por su malévola influencia. El rey de Francia aparece como un personaje muy desdibujado, indolente y poco dado a grandes resoluciones. Y la reina sólo vive para su amante inglés.
Richelieu destaca por encima de todos los demás como personaje intrigante, calculador y de una influencia notable en toda la historia. Siente debilidad por D’Artagnan y admira su capacidad de arruinar sus planes o postponerlos. Esa fascinación por el arrojo y valentía de su contrincante lleva al cardenal a retrasar su arresto o ejecución para dejar su vida en manos de Milady y finalmente concederle el cargo de mosquetero, primero, y oficial de los mismos después, con el rango de teniente. El cardenal aparece en la obra como un Darth Vader omnipresente, detrás de todas las intrigas y todos los secretos, y aunque no lo parezca, acaba el libro con una sutil victoria y muy pocas bajas, la de su espía favorita.
El contrapunto a Richelieu es Treville. Extrañamente diluido durante el desarrollo de la historia, representa la lealtad al rey y la justicia. Su relación con los mosqueteros es como la de un padre para con sus hijos, y es probablemente, junto con Athos, uno de los personajes más íntegros de la obra. Podríamos afirmar que Treville y Richelieu representan la conciencia del rey. El primero es eminentemente bueno y directo, vehemente y noble; el segundo ambivalente y retorcido, malvado y conspirador.

Comedia
Aunque la novela es bastante ligera al principio y demasiado trágica al final, abundan los episodios cómicos, empezando por el ridículo caballo amarillo de D’Artagnan que acaba heredando Porthos, para su vergüenza.
Los retiros de los inseparables en las posadas donde fueron atacados en la aventura de los diamantes raya a veces al absurdo, con un Athos atrincherado en la bodega comiéndose y bebiéndose la despensa entera en un estado de paranoia febril, o un Aramis sobreactuando su renuncia a la vida militar y su inminente jura de votos eclesiásticos, o un Porthos tratando de recuperarse de su convalecencia a cuerpo de rey.
Por último, la manera peculiar que tienen los cuatro amigos de equiparse para ir a la guerra es digna de estudio: Aramis y Porthos harán horas con sus amantes para lograr la ansiada subvención, D’Artagnan empeñará el anillo de Milady y Athos no hará nada, esperando que la fortuna provea porque sí. Y así será.

Filosofía de vida
Como hemos dicho antes, los mosqueteros van y vienen siempre en busca de broncas, reyertas y misiones con las que conseguir dinero. Pero no con visionarios proyectos de futuro. Su único propósito es vivir al día. Por eso no dudan en empeñar joyas o vender obsequios de los poderosos para poder emborracharse a gusto o arrasar con la despensa de la posada más próxima. Incluso Athos llega en una ocasión a “beberse” toda su parte ante la estupefacción de D’Artagnan, mucho más equilibrado en estos lances que sus experimentados compañeros. El presentismo y el culto al alcohol ya los puso de moda la pluma de Dumas.

Evolución de la trama
El ritmo de la obra es acertado al principio, pero decae un poco en la segunda mitad, especialmente en la parte final, con el arresto, conspiración y fuga de Milady, episodios que se hacen un poco tediosos. Y siempre quedará la sensación de que Alejandro Dumas podría haber explotado mucho más al hombre de Meung, Rochefort, escarbando en su pasado y amenazando el presente y futuro de los buenos. En todo caso, volverá en la segunda parte, pero para eso tendrán que pasar veinte años.

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