sábado, 11 de mayo de 2013

Oblivion: La boda del ebrobús maldito (1/3)

Jack –Tom Cruise– Harper se despertó aquella mañana de sopetón. Le había parecido que soñaba otra vez con Julia –Olga Kurylenko–, esta vez nadando en aguas enlodadas y disfrutando del barro fluvial, hasta que un tiburón de río les comía las extremidades. Se sentó en el abismo de la cama hasta que Victoria –Andrea Riseborough– se inclinó y, poniéndole la mano en el hombro cariñosamente le preguntó:

–¿Estás bien, Jack?
–Sí –dijo él–. He vuelto a tener pesadillas. Eso es todo. ¿Somos un equipo?
–Ya lo creo. Anoche fuimos un equipo eficiente –aseguró ella con una sonrisa de saciedad lujuriosa.

Mientras Jack desayunaba Victoria le contó las incidencias del día. Un par de drones averiados en el sector 7 y una suplencia en el sector 2394.

–¿Pero qué dices, Vica? Eso está muy lejos –aseveró Jack.
–España, nada menos.
–Joder, España, México –marró Tom Cruise.
–España, Europa, cielo –corrigió Vica.
–Estoy harto de hacer extras –protestó el técnico de mantenimiento.

Jack Harper se encasquetó el mono molón de cuero gris y se montó en su nave de reconocimiento. Acudió al sector 7 sólo para descubrir que los drones no tenían avería alguna. Estaban juntos siendo un equipo eficiente y pasándolo muy bien en la misión. Jack les pego un par de tiros y luego los reparó. Cuando ya funcionaban les soltó un sermón sobre el sexo seguro y tomar precauciones para evitar enfermedades electrónicas. Acabada la charla llamó a Vica y le mintió argumentando que los drones habían sido atacados por aliens. Si le cuenta la verdad los hubieran esterilizado a ambos. Después de su buena acción del día metió las coordenadas del sector 2394. El ordenador escupió el nombre de una ciudad: Saragossa.

El viaje a hipervelocidad no le tomó más de minuto y medio, pero ahora tenía la cara sobreestirada hacia atrás, lo que le confería un cómico aspecto de sapo. Poco a poco las tiranteces cutáneas fueron remitiendo. Jack aprovechó para curiosear el paisaje que le rodeaba. Una antigua urbe se adivinaba semienterrada en la arena. Cuatro torres salientes apuntaban la posición de un antiguo templo. Tom sintió envidia al compararlo con las cutres iglesias de la cienciología que solía inagurar en los 2000. La orografía también dejaba ver una absurda red de telecabinas de ningún sitio a ningún otro, una inmensa torre de cristal perdida en un descampado y un otrora prominente río, hoy seco. La señal del drone averiado venía, de hecho, del cauce de ese río. Jack Harper aparcó la nave a la sombra, debajo de un puente de sillería romana. Y es que nada le jodía más que sentarse en la cabina y que los mandos estuvieran abrasando por culpa del sol abrasador post-cataclismo. Caminó curioso por el lecho del río y reparó en que todo él estaba deshidratado, a excepción de un extenso charco de unos 15 ó 17 metros de diámetro. Muy cerca se hallaba el drone de reconocimiento echando humo. Lo que quiera que lo hubiera dañado, había atacado recientemente.

Harper sacó su maletín de herramientas de Manny Manitas y en pocos minutos lo dejó hecho un pincel. Luego aprovechó su pasión por el tuneó y le acopló un par de alerones y unos neones chulísimos. El robot iba a partirla en aquel lugar.
Acabado el trabajo, se dio una vuelta por el cauce. Distinguió a lo lejos un barco amarillo de dimensiones discretas. Estaba varado cerca de un puente con arcos metálicos, como si fuera una burda imitación del Golden Gate Bridge. El mecánico futurista se acercó hasta la embarcación. Pudo por fin leer su nombre en el casco. Se llamaba Ebrobús.
Subió a bordo y encontró varios esqueletos humanos. Sobre el mástil había uno ahorcado que bailaba al sabor del cierzo. Dos le llamaron especialmente la atención: uno vestía traje nupcial; el otro llenaba un vestido de novia. En el cuadro de mandos encontró dos preciados tesoros literarios. No es que fueran especialmente valiosos, pero para un hombre con recuerdos borrosos y morriña pre-apocalíptica resultaban hallazgos incalculables. De un lado se apropió de una novela llamada El favor, de Marshall Cobb. De otro asió el cuaderno de bitácora del capitán. Jack quiso saber qué había pasado allí.

1 comentario:

  1. Pues la peli me pareció infumable, pero tu versión me resulta más entretenida jeje.

    Un abrazo.

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