martes, 31 de diciembre de 2013

Convencionalmente atrapados

De todas las vacaciones que oferta el mesario, las navideñas son las más engañosas de todas: no son días de descanso; no puedes desaparecer en una cala desierta –entre otras cosas hace un frío que pela– y tampoco dispones de tiempo libre real.
Del 24 al 6, y antes, si incluimos las cenas de empresa de recomendable asistencia, los actos sociales se aglutinan hasta petar el calendario. Para empezar, los niños, si los tienes, piden comer diversión y entretenimiento. Ofertas no faltan en 2013, pero hay que llevarlos o, en el mejor de los casos, pagarles la juerga. Olvídate de otra cosa que no sea ver la última de Disney en 3D con asientos giratorios y sonido megadolbysurround envolvente con esporas acústicas y toda la chiquillería del barrio copando la sala.
No tienes niños o en un acto de lucidez los ahogaste en el río. Bien. Algo has ganado. Pero no mucho. Aún te queda la cena de las cenas, el día de la familia, la noche de las zorreras y la gran resaca del año; eso sí, estratégicamente enlazadas de dos en dos para que la saturación sea puntual. Desgraciadamente, las reuniones gastronómicas no acaban allí. Como si fuera poco empacho –me refiero al de familiares que no te apetece ver, no al de langostinos que miraste con lasciva apetencia–, todo quisque quiere verte esos días. Pero Drywater, que eres un antisocial, un rancio, un sociópata. ¿Tanto te cuesta tomar un café con aquellos a los que aprecias? No. No me cuesta. Pero has dicho uno. Acepto hasta tres. Pero nunca son menos de cinco. Tampoco vas a agruparlos en un pack único, imposible y dispar como si fuera tu propia boda, claro.
Y ya se sabe: hay gente con la que repetirías reunión todos los días, y personas con la que lo harías todos los años, bisiestos incluidos. Por algún morboso motivo los sujetos con los que más te aburres o más a disgusto estás, si no son la familia política, son personas que adoran quedar contigo. Y viceversa, evidentemente. Cuanto más te priva estar con alguien, probablemente más le cansa a él.
Lamentablemente las convenciones no mueren aquí. Quedan los regalos. En Navidad se compran cosas para los demás por cojones, tanto si te gusta como si no; lo mismo da que te lo curres o cojas lo primero que veas en el stand de las ofertas: nunca acertarás; ni en gusto ni en precio, y quedarás irremediablemente rácano o excesivo por la naturaleza desmedida de tu presente. A mí esto me estresa sobremanera. Y no lo digo porque la dependienta te diga “¿Se lo pongo para regalo?” y lo único que haga sea sellar la misma bolsa de la tienda con cuatro tochos burdos de celo o ponerle un lazo mal atado en el asa. Antes al menos te metían un pliegue de papel hortera en la bolsa. Ahora ya ni eso. En todo caso, no es éste el motivo de máxima preocupación cuando me enfrento a la convención de apreciar al otro por medio del consumismo. Yo, si hay que consumir, se consume y si hay que ponerlas, se ponen. Pero… ¿por qué hay que gastar lo poco de tiempo libre que te quedaba tras los langostinos, la puta cena de empresa, los cuatro magníficos, las quedadas salteadas, la cola en la pescadería y el llevar el coche al taller, por qué malemplearlo buscando un regalo que le demuestre a esa persona especial que has pensado en ella? ¿No vale con un whatsapp estandarizado y falto de originalidad? ¿No ves que fracasarás y además te vas a dar mucho mal? ¿Por qué estamos obligados a hacer algo que no nos apetece un carajo? ¿Quién inventó la Navidad? ¿Fue El Corte Inglés o Nature?
En fin, sé que las convenciones navideñas son una rémora y que nunca me libraré de ellas, pero moriremos matando. En casa ya hemos conseguido minimizar los regalos hasta convertirlos en chorradas estúpidas del Todo a un euro. Eso sí, la sobrinada seguirá pidiendo su sangrienta ración de papanoeles y reyesmagos, y ningún poder fáctico podrá cambiar eso, salvo el padre Cronos. Ése arrampla con todo y los hará mayores de edad. Otra cosa es que le cueste un montón de años salvarnos de regalar caprichos a los mismos niños. No pasa nada. Vendrán otros. La Navidad consumista nunca morirá.

4 comentarios:

  1. Te noto Dry!....como te diría,...como con poco espíritu navideño. Poco espumilloso. Como un abeto sin luces,....jajajaja...es broma y te comprendo.
    Durante años nos han estado dando forma, domándonos como animales circenses. Somos....Drones teledirigídos vía satélite para el consumo, para dejarnos en los mostradores lo que previamente nos han recortado. Y somos conscientes de ello, pero creo que el ser humano esta dotado de alguna válvula que la cerramos para poder soñar durante unos pocos días. Si ese sueño nos hace felices, bienvenido sea. Sinceramente creo que lo necesitamos. O sea mi querido Dry, siendo consciente de mi papel de Dron y con espumillón colgándome de las orejas, te deseo un Feliz Año Nuevo.

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  2. Opino que no, que nunca morirá y que seguiremos año tras con las mismas tradiciones consumistas. Sólo nos queda esperar que toda la sobrinada cumpla los 18. Ains señor.

    ResponderEliminar
  3. Hace un frío que pela... por estos lares. Hay peña que va conformando otras convenciones navideñas y se va nada menos que a Punta Cana para tumbarse a la bartola debajo de un cocotero y hacerse así a la idea de que son ricos por tres días. Con su pan se lo coman. Con lo a gusto que se está al calorcito del hogar y del griterío de los niños.
    Salud y buen año

    ResponderEliminar
  4. Amén.... Nunca morirá...

    Un abrazo

    ResponderEliminar